Cuando tengo oportunidad de conversar acerca del arte de los títeres, me gusta relatar como es que llegué a ellos...llegué por amor.
Cuando era niño, vi muy poco espectáculo de títeres. Si no me equivoco, fueron solamente dos veces...ya de grande, vi Chimpiti Champata, y no me gustó mucho...creo al grupo le faltaba cuajar mejor su presentación.
Y así iba yo, ajeno a los títeres, hasta que durante la presentación de un poemario, el autor tuvo la feliz idea de alternar los poemas con una función de títeres. El espectáculo usaba la técnica de animación a la vista. La historia trataba de la interacción social de un individuo y su reloj. Era tal la sofisticación del reloj, que su fin (marcar el tiempo) había sido superado por el status que la tenencia del mismo brindaba a su portador. Algo como lo que actualmente ocurre con el celular...esa presentación de títeres, me dejó grata recordación.
Una mañana, mientras paseaba con quien después séría mi esposa, me sorprendió con unas voces: "Uy, que pena, todos no están viendo"...ella me dijo, que trabajaba con títeres y me había hecho, la voz de uno de sus personajes...regresó a su país y me dejó la motivación de aprender mas sobre los muñecos. Busqué literatura y en ese afán, leí un anuncio sobre las actividades a realizarse en el local de la Triple A por el Día Mundial del Títere...así que me inscirbí y aisití.
Que hermoza experiencia la que ese día pasé. En una sola tarde, pude disfrutar de muchas escenas y diversas técnicas...los títeres serán muñecos de trapo o papel, pero aunque resulte contradictorio, tienen sensibilidad y humanidad, algunos mucho mas que la que poseen los humanos.
Conocí a "Cojudencio" y su historia me enterneció. Sin reparos, confieso que lloré. Don Cojudencio, con su actuación, mostró que lo será solo de nombre, pero que el le tiene fidelidad a la vida y al amor.
Si amigos, yo a los títeres, llegué por amor.
Carlos el baterillero
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